miércoles, 30 de enero de 2013


"[...]—Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura. Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.
—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.
—No es egoísmo, es justicia.
—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?
—Claro que sí.
Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa; no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de James. Él insistió.
—He dicho que te deshagas de él.
—No.
—Lo haré yo, entonces.
James intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y Kelsey se preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes discutiendo por su merienda. Kelsey no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano, y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos cuando le clavó las uñas en el brazo.
—¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.
—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en medio del forcejeo.
Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban entretenidos por el espectáculo gratuito.
James logró arrebatarle el algodón rosa, y Kelsey, sin rendirse y llena de rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas James dejó caer el algodón al suelo, marcando su final definitivo.
—¡Para, para, Kelsey, te lo ruego! —James giró sobre sí mismo, intentando deshacerse de ella.
—¡Te lo mereces!
Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. Kelsey abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. James sonrió un poco, cuando recuperó el aliento.
—¿Me das un beso?
Alzó la cabeza. La voz de Kelsey le hizo estremecer. Dio un paso al frente y ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos. James se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. [...]"
Besos de Murciélago - Silvia Hervás.

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